Así, indefectiblemente, la filosofía deja paso a la cacosofía y los Ortega y Gasset, los Horkheimer o los Habermas dejan paso a las quinceañeras enamoradizas y a los adolescentes de dilatado flequillo y ojos encubiertos. Incluso puede que alguna vez, alguien a quién ustedes consideraban aparentemente normal, les sorprendiese sacándose de la chistera una memez de campeonato. Ésta es la cocasofía, el mal entendimiento, la vulgar erudición, una falsa y circense forma del saber. Cualquier fulero lector de Nietzsche o divagador de sofá y manta puede ser cacósofo, incluso tú, preciado visitante de este blog, puedes ser cacósofo.
El cacósofo se caracteriza por su nula comprensión de la realidad, pretende ser como un preciso y clarividente Kant, pero adaptado al minimalismo y simplicidad de nuestro tiempo. Pretende abarcar la vida en una frase y definir el sentimiento alejándolo de la ciencia y el progreso. Un confucionismo reformado, adaptado al nuevo milenio, pero manteniendo unos aires de celebridad ética.
Su carencia de preparación y su limitada experiencia, nos muestran sin embargo un burdo quasi-pensador, que consigue identificarnos en sus sentencias con menos atino que cualquier procaz humorista televisivo.
El cacósofo se considera un artista y un virtuoso de su propio intrauniverso. Poeta, pensador y moralista. Su emotiva visión del amor será con frecuencia relatada en consonantes composiciones poéticas que harían sacarse los ojos al mismísimo Rubén Darío, despertando en el populo la vergüenza más extrema. Sus enseñanzas son tomadas a pitorreo y su manida ética obviada por todo aquél que tenga dos dedos de frente.
Madre no hay más que una. Enseñanza... necesaria. |